martes, 4 de noviembre de 2014

BAJANDO A LAS AGUAS

"Entonces Naamán bajó al río Jordán y se sumergió siete veces, tal como el hombre de Dios le había indicado. ¡Y su piel quedó tan sana como la de un niño, y se curó!"
(2 Reyes 5:14 NTV)

Naamán era un general del ejército Sirio, un hombre valiente y muy bien considerado por el rey, pero tenía un gran problema, estaba enfermo de lepra, esto significaba una sentencia de muerte, desesperado viajó a Israel con cartas y ofrendas por el dato de una muchacha judía que trabajaba en la casa del general, cuando llegó donde el profeta Eliseo traía una idea preconcebida de como Dios haría el milagro, y no le fue fácil vencer sus prejuicios, pero finalmente accede y bajo a las aguas del Jordán, donde recibe la respuesta que necesitaba.
Esto que parece un acto tan sencillo, bajar a las aguas del Jordán, es lo que Dios siempre intenta hacer con nosotros, porque todo milagro esta precedido de este requisito fundamental, reflexionemos hoy en esto:

Bajar a las aguas es romper nuestros paradigmas
Naamán ya había dado varios pasos correctos en pos de su respuesta, primero había creído que Dios podía sanarlo, luego se determinó a poner esa fe en acción y vino a Israel, también trajo una generosa ofrenda para el profeta de Dios, pero era necesario el siguiente paso; romper sus paradigmas. Un paradigma es un modelo o estructura que define nuestra forma de ser, es un patrón de conducta que nos lleva a pensar de determinada forma, o hacer las cosas de una forma determinada, incluso a reaccionar bajo un patrón que ya está establecido internamente. Dios quería sanar a Naamán, pero también quería sanar su corazón y restaurar su relación con Dios, por eso era necesario hacerle romper esos moldes.
Naamán pensaba que el profeta oraría por él, o haría algún rito y pondría su mano sobre la enfermedad y sanaría, pero el profeta lo envío a bañarse al Jordán, esto lo desencajó completamente, al punto que estuvo a punto de devolverse, la instrucción del profeta no cuadraba con sus patrones o modelos preestablecidos.
¿No fue esto mismo lo que hizo Jesus con sus discípulos todo el tiempo?, desde su forma de orar rompió el modelo de la tradición, pero también en su forma de ver las escrituras, en su relación con Dios, en sus hábitos o costumbres, en su relación con las personas, en la forma de vivir su fe o realizar el servicio a Dios, y la lista sigue interminable. Dios tiene que hacer esto con nosotros, romper nuestros paradigmas, y constantemente nos enviará a lavarnos al Jordán, y también ahí esta nuestra resistencia, porque esos modelos están tan arraigados en nosotros, que muchas veces nos provoca retroceder o devolvernos, pero cuando quebramos estos patrones Dios se glorifica poderosamente en nuestras vidas.

Bajar a las aguas es romper el orgullo
Luego que Naamán pudo romper esos moldes, pensó ¿no hay mejores ríos en Damasco?, ¿acaso no sabe que yo soy General del ejército sirio?, ¿como yo me voy a sumergir en un río tan sucio?, su posición, sus éxitos, sus conocimientos, sus recursos, alimentaban en el general un orgullo tan grande que le impedía bajar a las aguas del Jordán. El orgullo es un concepto inadecuado de nosotros mismos, que busca reconocimiento, el orgullo nos hace pararnos en un sitial de altura, por sobre los demás, donde otros te puedan ver y admirar, el orgullo es la exaltación del "yo" y el desprecio de otros y aun de Dios, el orgullo no admite corrección, ni critica, ni acepta ordenes; por todo esto Dios lo rechaza y según Proverbios 8/13 Dios lo aborrece. El orgullo compite con Dios, le roba la gloria, por eso Dios lo resiste a los orgullosos y se aleja de ellos.
Sin embargo, antes de rechazar a un orgulloso, Dios lo envía a las aguas del Jordán, en su inmensa misericordia no nos aparta de inmediato, sino que nos da la posibilidad de bajar a las aguas, de humillarnos, de rendir y quebrantar nuestro orgullo, de quitarle al "yo" su lugar de preferencia y dárselo en ofrenda al Señor. Esta es una decisión constante, pues el orgullo intentará volver a tomar su lugar, pero la clave es mantenerse en las aguas del Jordán, sumergidos por ellas, esto le agrada tanto al Señor, que no resiste un hijito humillado ante él y lo abraza, lo socorre, lo limpia de su lepra y le muestra a otros su grandeza a través de él.

Bajar a las aguas es cambiar el decreto de muerte por vida
Naamán había roto sus moldes, quebrantado su orgullo, pero ahora debía aprender la lección más importante de su vida, debía sumergirse siete veces en el agua del Jordán y esto en una clara alusión al sacrificio perfecto de Cristo en la cruz, porque siete simboliza perfección. Este fue el encuentro de Naamán con Jesus y su amor reflejado en la cruz, cuando Naamán termina de sumergirse en esas aguas, el poder de la sangre de Cristo comenzó a actuar en su vida, y la lepra desapareció, pero también desapareció la amargura, el dolor de vivir lejos de Dios y comenzó a ser sanado internamente, esa sangre estaba restaurando toda su vida y estaba cancelando un decreto de muerte, una sentencia que el pecado había dictado sobre su vida, y un nuevo decreto se levantaba sobre él, vida eterna.
Naamán debía sumergirse siete veces en esas aguas del Jordán, y así nosotros debemos sumergirnos en la sangre de Jesus derramada en la cruz, solo esa sangre tiene el poder de restaurar todas las cosas, y de aplastar a la muerte.

El llamado de Dios sigue siendo el mismo a través del tiempo, rompamos esos viejos modelos que se aferran a nuestra vida, que no nos dejan ver más allá; quebrantemos ese orgullo que nos aleja de los tiernos brazos del Señor y tomemos esa gloriosa sangre y sumerjámonos en ella y la gloria del Señor se dejara ver en nuestras vidas.

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