jueves, 9 de octubre de 2014

QUITANDO LA PAUSA

»Oh Dios mío, inclínate y escúchame. Abre tus ojos y mira nuestra desesperación. Mira cómo tu ciudad —la ciudad que lleva tu nombre— está en ruinas. Esto rogamos, no porque merezcamos tu ayuda, sino debido a tu misericordia"
(Daniel 9:18 NTV)

Esta fue parte de la oración de Daniel, pero es interesante observar el escenario en el que tuvieron lugar estas palabras; Israel había rechazado al Señor constantemente, olvidaron su ley, abrieron su corazón a las costumbres de los pueblos vecinos, mezclándose con ellos y aceptando la idolatría, entre muchas otras cosas más, todo esto logró agotar la paciencia del Señor y permitió que una nación se levantara contra Israel y los tomara cautivos, llevaban setenta años en esa situación, durante este tiempo no hubo profetas, no hubo revelaciones, ni hubo respuestas, era como si Dios hubiese apretado el botón de pausa. Daniel se dio cuenta de esta situación leyendo el libro de Jeremías y se propuso interceder para que Dios quitara la pausa.

David también vivió ese tiempo de pausa y dijo "Señor porque me abandonas, porque te niegas a escucharme" (Salmos 88/14 PDT). La pausa no es una represalia o un castigo de Dios, es un tiempo en el que Dios mantiene su misericordia, pero detiene su presencia. Cuando el esposo llamó a la sunamita y ella no abrió la puerta, vino la pausa, seguía siendo su esposo, pero ya no estaba.
La pausa viene por rechazar la presencia del Señor, por no atender su llamado, por ignorar su palabra, pero lo que mas le afectaba de la pausa tanto a David como a la sunamita era que Dios no escuchaba la oración.
Daniel descubrió dos llaves que quitan la pausa, comentemos.

La humillación quita la pausa
Para nuestra cultura la humillación tiene una connotación negativa, un acto  vejatorio  y de vergüenza, pero no es así para Dios, humillarse tiene que ver con reconocer nuestra  real condición delante de Dios y caer rendido a buscar misericordia, humillarse es también despojarse de todo lo nuestro delante de Dios, es desprenderse del orgullo de nuestro "yo", es rendir todos nuestros derechos, humillarse te acerca inmediatamente al corazón de Dios, humillarse te abre la puerta con Dios, por eso Jesus se humilló hasta la muerte y así nos abrió la puerta al padre. 
Humillarse vuelve a abrir el oído de Dios a nuestra oración, por eso la Biblia dice "Si se humillarse mi pueblo... Entonces yo oiré desde los cielos..." (2 Crónica 7/14).
Daniel se humilló buscando a Dios con todas sus fuerzas, arrepintiéndose de sus pecados y los pecados del pueblo, sumando ayuno y muchas lagrimas.
La humillación no solo es necesaria cuando faltamos al Señor, sino que es imprescindible al acercarnos a un Dios tres veces santo.

El clamor quita la pausa
El clamor es una oración desesperada, es un grito de socorro que el buen padre no puede pasar por alto. Cuando Jonas ignoró el llamado del Señor, Dios apretó la pausa para Jonas y desde el vientre del pez levantó un clamor sincero que activó el "play" de Dios inmediatamente. Dios no resiste el clamor de sus hijos, él mismo nos lo dice "Clama a mi y yo te responderé" (Jeremías 33/3).
David dijo, "con mi voz clamé y con mi voz suplique al Señor" (Salmos 142/1), y es que el clamor por definición alza la voz, no siente temor ni vergüenza porque esta mas interesado en conseguir el favor del Señor, que de quedar bien con la gente o guardar el protocolo.

Es el tiempo de quitar la pausa de Dios para nuestra nación, y si sientes que tu relación con Dios estuvo en pausa, pues es el tiempo de entrar en la verdadera humillación y levantar un clamor que atrape la presencia de Dios, solo así el amado volverá y tocara la puerta y nuestra generación conocerá al Señor.

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